COMPRENSIÓN Y PRODUCCIÓN I -UNSJ-FFHA-Dpto. Letras-Primer año, primer cuatrimestre. 2012
El equipo de cátedra integrado por las Mg. Magda Lahoz de Klinsky y Delia Beatriz González les da la bienvenida al Blog en donde podrán reflexionar sobre sus procesos de comprensión y producción textual. Los invitamos a ser partícipes en la actividad, colaborando con los integrantes de su grupo. La construcción que llevan a cabo depende de la cooperación de todos y de cada uno. Les sugerimos que tengan en cuenta el registro formal pertinente y las convenciones de nuestro código.
miércoles, 17 de octubre de 2012
sábado, 14 de abril de 2012
Grupo 1
Aliaga,Marcela
Alonso, Jerónimo
Bravo, Flavia Natalia
Cabrera, Ana Magalí
Carmona Victoria
Texto A:
Alonso, Jerónimo
Bravo, Flavia Natalia
Cabrera, Ana Magalí
Carmona Victoria
Texto A:
Leer (y enseñar a leer) entre las lenguas
Se puede pensar la lectura más allá del modelo de la comprensión,
más allá del modelo de la comunicación. Como experiencia, por ejemplo.
Steiner, en su libro Lenguaje
y silencio, escribía lo siguiente: “Leer bien es arriesgarse a mucho. Es dejar vulnerable nuestra
identidad, nuestra posesión de nosotros mismos. (...) Así debiera ser cuando
tomamos en nuestras manos una gran obra de literatura o de filosofía, de
imaginación o de doctrina. Puede llegar a poseernos tan completamente que,
durante un tiempo, nos tengamos miedo, nos reconozcamos imperfectamente. Quien
haya leído La metamorfosis de
Kafka y pueda mirarse impávido al espejo será capaz, técnicamente, de leer
letra impresa, pero es un analfabeto en el único sentido que cuenta”.
El
lector que es capaz, técnicamente, de leer letra impresa, comprende
perfectamente el texto. Y, sin duda, es capaz de comentarlo competentemente y
de responder a las preguntas de los profesores. Pero es un analfabeto en otro
sentido, en el sentido de la experiencia. Porque la experiencia es lo que nos
pasa, y a ese lector que sólo comprende, o que sólo quiere comprender, no le
pasa nada. La experiencia de la lectura, entonces, o la lectura como experiencia,
¿es otra cosa que la comprensión? Si es así, no siempre leer es comprender, o
no sólo leer es comprender. Pero ¿sigue siendo traducir? ¿qué significaría
entonces la experiencia de la lectura como experiencia de traducción? ¿qué
tendría que ver la traducción con ese dejar vulnerable nuestra identidad,
nuestra posesión de nosotros mismos?
Habría
que preguntarse, quizás, por qué los aparatos educativos privilegian la
comprensión, por qué los discursos psicotécnicos y pedagotécnicos sobre la lectura
se mueven exclusivamente en el interior del marco de la comprensión. Voy a
adelantar dos hipótesis.
La
primera es que en la escuela que conocemos es esencial la evaluación. Por lo
tanto, es esencial hacer visibles de una forma máximamente estandarizada cuáles
son los resultados de las prácticas de enseñanza, si sus objetivos han sido o
no alcanzados, y de qué modo. Y para eso, el modelo de la comprensión es
perfecto. De lo que se trata es de saber si el alumno ha comprendido lo que
tiene que comprender, y a partir de ahí enseguida podemos establecer problemas
de comprensión, niveles de comprensión, y todas esas cosas que les gustan tanto
a los psicopedagogos en ejercicio.
La segunda hipótesis tiene que ver con el
predominio de la concepción técnica del lenguaje, esa que considera la lengua
como instrumento de comunicación. La lengua no es otra cosa que un soporte de
ideas, sentimientos y, en general, expresiones, y leer no es otra cosa que
apropiarse de eso que la lengua comunica. La lengua no es otra cosa, en
definitiva, que soporte y transporte de información. No es otra cosa que
telecomunicación. No creo necesario insistir en la cantidad de discursos que se
asientan sobre ese supuesto. Desde la concepción cognitivista de la lectura,
según la cual leer no es otra cosa que procesar información, hasta toda esa
retórica de la sociedad de la información que se está imponiendo sin crítica y
con el apoyo de estados y oligopolios de todo el mundo. No creo necesario
insistir tampoco en la cantidad de programas de investigación educativa y de
formación del profesorado que incluyen una u otra de esas retóricas. El sistema
educativo trabaja el lenguaje desde el punto de vista de la tecnología de la
información. Por eso trabaja la lengua desde el punto de vista de su máxima
transparencia y de su máxima eficacia.
Hay
una frase de Bajtín
que siempre me ha fascinado. Hablando de la transmisión de los textos en las
disciplinas filológicas, dice lo siguiente: “el
estudio de las disciplinas filológicas conoce dos modos escolares fundamentales
para la transmisión asimilativa del discurso ajeno: de memoria y con las
propias palabras”.
Dilo
de memoria. O dilo con tus propias palabras. Apréndelo de memoria, repítelo
literalmente, textualmente, palabra por palabra. O tradúcelo a tus propias
palabras. Ese dispositivo de “con las propias palabras” atraviesa la pedagogía.
El imperativo es: lee el texto y, después, escríbelo con tus propias palabras.
Que tus propias palabras digan de otro modo, a tu modo, lo que el texto ya
dice. Ese dispositivo presupone que el sentido de un texto puede trasladarse de
un texto a otro, como si el mismo sentido pudiera decirse con palabras
diferentes.
Bajtín
continúa diciendo que la significación de cualquier texto no es acabada, sino
abierta, que cada contexto de lectura lo hace susceptible de nuevas
posibilidades semánticas. Por eso, de la palabra, de cualquier palabra “todavía no sabemos del todo lo que nos puede
decir, la introducimos en nuevos contextos, la aplicamos a un nuevo material,
la ponemos en una nueva situación para obtener de ella nuevas respuestas,
nuevas facetas en cuanto a su sentido y nuevas palabras propias (porque la
palabra ajena productiva genera en respuesta, de manera dialógica, nuestra
nueva palabra)”.
Leer
sería entonces traducir el texto a nuestras propias palabras. ¿Eso significa
que le damos nuestras palabras al texto o que es el texto el que nos da
nuestras propias palabras?
Independientemente
de que leamos de memoria o de que traduzcamos a nuestras propias palabras
¿podemos leer el texto en una lengua que no sea nuestra lengua?, ¿con unas
palabras que no sean nuestras palabras?
Se
trata de pensar la lectura sabiendo que la palabra humana se da como confusa,
como dispersa, como inestable y, por lo tanto, como infinita. Se trata de
Babel.
Babel
atraviesa cualquier fenómeno humano de comunicación, o de transporte o de
transmisión de sentido. Y, desde luego, cualquier acto de lectura.
Lo
que ocurre es que existen distintas actitudes ante Babel, ante el significado
del "hecho" Babel, ante el escándalo o la bendición de Babel, ante lo
remediable o lo irremediable de Babel, ante la radicalidad y el alcance de la
condición babélica de la palabra humana.
Jorge Larrosa (Flacso)
Texto B:
Leer/reír en la escuela
Generalmente, cuando nos piden describir la escuela a propósito
de análisis, problematizaciones y otras cuestiones teóricas, algunos
lugares comunes gritan un fervoroso “presente” en nuestro discurso: saberes y
tareas, enseñanzas y aprendizajes, o bien, maestros y alumnos; duras realidades
o blandas penas; tizas -blancas y de color- y pizarrones; evaluadores y
evaluados; algunas expectativas y otros tantos logros.
Sin embargo raras veces, ocasionales, escasas, es posible
escuchar, en referencia a nuestra cotidiana escolaridad, el rotundo “Me dio un
ataque de risa”. Si apelamos a nuestra historia escolar, seguramente alguna
sonrisa se dibuje anclada en el recuerdo de la profesora de Geografía que hacía
sobrevolar su dedo en la lista antes de depositarlo en nuestro nombre para
llamarnos a dar lección mientras cuarenta respiraciones se retenían en
simultáneo. También, escuchar un relato de algún niño o “adolescente de hoy”
sobre aquellos que de extraño para sus ojos pasa en la escuela probablemente
provoque, en ellos y en nosotros, alguna otra sonrisa, o quizás risa.
Pero lo raro, lo ocasional, lo escaso, es escucharnos reír en
presente de aquello que cotidianamente vivimos en la escuela. Esporádicamente
nos dan ataques de risa. Decimos la risa como festejo unísono, la descarga
enérgica y aliviante de la risa, la risa sorpresiva, solitaria o en la búsqueda
necesitada de complicidad en la mirada con otros … porque la boca está ocupada,
en reírse.
Hablamos de la presencia del
humor, de la posibilidad de aflojar la mirada y la mandíbula para ver la
realidad. Y, más aún, si sobre lo que estamos dando vueltas desde hace un
tiempo y seguirá ocupándonos un rato más es la transmisión del vínculo con el
lenguaje, a través del leer y del escribir. ¿O hay algo mejor que compartir una
carcajada con uno de nuestros alumnos, en la escuela, a propósito de algo que
juntos leímos o de una historia que ellos escribieron?
El humor como lente para mirar críticamente aquello que
heredamos y aquello que ejercemos con un libro en nuestras manos o sacando
punta al lápiz de uno de nuestros alumnos. Para preguntar críticamente qué es
posible leer y escribir y hacer leer y escribir de otro modo. Para pensar
críticamente qué de lo nuevo y de lo viejo pueden convivir en nuestra
transmisión de la palabra. Para poner/nos en cuestión en otro registro, porque,
en palabras de Jorge
Larrosa: “La risa destruye las certezas. Y
especialmente aquella certeza que constituye la conciencia clausurada: la
certeza de sí. Pero sólo en la pérdida de la certeza, en la permanente puesta
en cuestión de la certeza, en la distancia irónica de la certeza, está la
posibilidad del devenir. La risa permite que el espíritu tome altura sobre sí
mismo. El gorro de cascabeles tiene alas.”
E. Antelo (Flacso)
Grupo 2
Carrizo, Rocío
Díaz, Melisa
Gómez Lisi, Daniela
Gómez, María Luz
Guardia, Ana Valeria
Texto A:
Texto B:
Díaz, Melisa
Gómez Lisi, Daniela
Gómez, María Luz
Guardia, Ana Valeria
Texto A:
Las
leyes (pedagógicas) de la atracción
La pedagogía (que no
es más que la pretensión de estudiar de manera sistemática la acción educativa)
recurre cada vez a la palabra interés y a sus socias motivación y atención.
Ingenuamente, cree que es ahí donde es posible encontrar el valor del acontecimiento
de la lectura, el valor educativo de leer un libro, si se me permite el
exabrupto.
Steiner, al final de
uno de sus libros, se queja. Es uno de los que se queja por los destinos del
mundo. Dice que vivimos en una época de irreverencia. Ahora, todos nos
envidiamos y somos impertinentes. Critica a Madonna, a Maradona y a Robin
Williams y a los que escriben en los monumentos. Pero esa queja es conocida. No abre
ningún camino. No es el llanto el que puede ayudar.
Lo que me atrae es
una respuesta que da Steiner a una pregunta que él mismo mal formula: Las
lecciones de los Maestros: ¿pueden, deben sobrevivir al embate de la marea?
La respuesta de Steiner
es la siguiente:
“Yo creo que lo
harán, aunque sea en una forma imprevisible. Creo que es preciso que así sea.
La líbido sciendi, el deseo de conocimiento, el ansia de comprender, está
grabada en los mejores hombres y mujeres. También lo está la vocación de
enseñar. No hay oficio más privilegiado. Despertar en otros seres humanos
poderes, sueños que están más allá de los nuestros; hacer de nuestro presente
interior el futuro de ellos: esta es una triple aventura que no se parece a
ninguna otra. Conforme se amplía, la familia compuesta por nuestros antiguos
alumnos se asemeja a la ramificación, al verde de un tronco que envejece (yo
tengo alumnos de los cinco continentes). Es una satisfacción incomparable ser
el servidor, el correo de lo esencial, sabiendo perfectamente que muy pocos
pueden ser creadores o descubridores de primera categoría. Hasta en el nivel
más humilde –el del maestro de escuela-, enseñar, enseñar bien, es ser cómplice
de una posibilidad trascendente. Si lo despertamos, ese niño exasperante de la
última fila tal vez escriba versos, tal vez conjeture el teorema que mantendrá
ocupados a los siglos. Una sociedad como la del beneficio desenfrenado, que no
honra a sus maestros, es una sociedad fallida.”
También sabemos que
la voluntad de despertar a los otros no es más que una variación del pastoreo y
la predicación evangélica. Una pedagogía del wake up. Ya despiértate nena. Sabemos que hacer de
nuestro Yo un futuro para los otros es un severo problema, o una simple y dulce
condena. Y por último, sabemos que el niño exasperante de la última fila,
Jaimito, ya no existe. Al menos Steiner tiene la valentía de poner en su lugar
la humildad (vaya a saber qué otra cosa que desprecio, querrá esta
expresión abarcar, la verdad que no sé) del maestro de escuela.
Pero no seleccioné
este párrafo (ni ningún otro) por el acuerdo o desacuerdo sino porque, sin
saber de cualquier preocupación al respecto (y en eso podría resumirse quizás
la eficacia de un texto), toca lo que me interesa tocar, los verbos que a mi
entender pueden ayudarnos a desatar los nudos de la conexión (cuando hay tal
cosa) entre la educación y la lectura. El oficio más privilegiado, el nuestro,
dice Steiner, consiste en despertar en otros seres humanos poderes, sueños
que están más allá de los nuestros; inducir en otros el amor por lo que
nosotros amamos. Amor, ansia, deseo. Si conseguimos provocar algo de esta
terna, en los otros, bingo, premio mayor, pozo acumulado, el grial de la enseñanza.
Esta es la fantasía
fundamental de los educadores de todos los tiempos: regular el mecanismo de la
atracción y el intercambio entre los seres humanos, las leyes de la atracción. Influir al otro,
hacer algo con alguien pero sabiendo a priori algo del resultado. Como lo ha
señalado recientemente otro Filósofo, Peter Sloterdijk, pronto la atención va a
costar más que el dinero. Huelga decir que esa tarea (la de ganar a priori la
atención de un otro) no sólo es imposible sino que su ejecución compulsiva es
proporcional a su incumplimiento, no menos compulsivo. Que la emergencia del
hipertarareado Hit de Roberto Carlos (Quiero tener un millón de amigos)
coincida con la proliferación de estudios sobre la individualización de la
acción y la emergencia de formas de narcisismo contemporáneo, no debería
subestimarse.
En tanto lo que es
útil en el argumento de Steiner es su voluntad de inducir. Porque es esta
voluntad la que desvela a los educadores. Pero es difícil, por no decir
imposible, acceder a ella sin salir de la cruzada, en pésimas condiciones,
magullado. Porque se trata del misterio al que el mismo Steiner acude en la
primera página de su libro, al afirmar que rara vez nos paramos a considerar
las maravillas de la transmisión, los recursos de la falsedad, lo que yo
llamaría – a falta de una definición más precisa y material- el misterio que le es inherente. Ese
misterio, que es también el del amor y la transferencia.
Toda voluntad de
procurar despertar, interesar, motivar, hacer gustar a través de la lectura de
tal o cual libro, cuando la convertimos en la meta inmediata de nuestra
actividad nos elude: “El único modo de generarlos
consiste en no apuntar a ellos, sino perseguir otras metas y esperar que se
produzcan “por sí mismos”. Aunque son propios de nuestra actividad, en última
instancia los percibimos como algo que nos pertenece por lo que somos y no por
lo que hacemos [...] El sujeto nunca puede dominar y manipular plenamente el
modo en que provoca la transferencia en los otros; siempre hay algo “mágico”.
La regla, en el acto
educativo, es el derecho a la indiferencia, es el "seguí
participando". En otro texto lo he pensado de la siguiente
manera:
“Es que quien
decide dejarse tomar por la experiencia de educar pasa rápidamente a formar
parte de la familia de los metidos. Un educador es, por definición, un metido,
un entrometido, un heterometido. Ahora, este meterse consiste en ofertar más
allá de la demanda, porque ¿qué bípedo implume necesita, en sentido estricto,
para habitar este mundo, unos aztecas? Nadie. Los Aztecas no están adheridos a
ninguna capacidad ni forman parte de ningún interés predeterminado. No aguardan
expectantes en el interior de algún espíritu deseoso de apropiárselos. Y en
tanto nadie necesita unos aztecas es que hay que enseñarlos. Toda la perorata
de las necesidades especiales a ser tenidas en cuenta y satisfechas omite el
libertinaje de la oferta educativa. La manera más directa de entender esta
desproporción, inadecuación de la oferta y de la intervención, es el amor. Te
quiero y te necesito. Decirle al otro “te quiero y te necesito” es meterse con
el otro, es ejercer una forma de violencia sobre el otro (Zizek: 2001). El otro
dirá: “¿Y por qué a mí?”. Y en el silencio que se genera entre la intervención
y la respuesta, ese silencio que parece ser eterno, el otro puede decir: “Y yo
también”, lo que es como tocar el cielo con las manos, como si el triángulo
rectángulo enseñado nos retornara en la sonrisa triangulorectangulada y
significativa de nuestros alumnos, mientras los contenidos actitudinales
golpean la puerta y los saberes y competencias, previas o no previas, rebotan
sobre mapas y semicírculos, mientras Sarmiento nos guiña uno o dos ojos. Pero
el otro también puede decir: “Seguí participando”. En general, como educadores,
elegimos un oficio que básicamente consiste en soportar una y otra vez que el
otro nos diga “seguí participando”, porque bien sabemos que de los cuarenta que
tenemos sentados, ahí, treinta y nueve nos han dicho “seguí participando”.
Algunos de la tribu educadora, aquellos de los que se dice “tienen experiencia”,
se someten a la silenciosa ordalía que presupone la enseñanza durante veinte,
treinta años; y vaya uno a saber por qué motivos oscuros, una y otra vez, van.
Vamos. Sin embargo, en la libertad de ese encuentro con el otro, en la libertad
que tiene el otro de decidir si quiere o no entrar en el intercambio, en su
derecho a abstenerse o, como también ha señalado recientemente Roudinesco
(2004), en el derecho a la indiferencia, es donde debemos buscar el valor
agregado de la experiencia de educar. Y la primera señal a destacar es que
quien enseña no está en la misma posición de quien, más o menos expectante, más
o menos atraído, distraído, ido, aguarda sin saber la visita inesperada en lo
previsible de una enseñanza escolar. Hay algo en la libertad de quien recibe
una enseñanza que se asemeja al carácter silvestre del que lee.”
La cuestión es ¿qué
hacen los educadores con el cáliz de la atención, con los dormidos, los
desatentos, los desinteresados, los humanos, los que no quieren participar del intercambio? ¿Qué se propone un educador con
sus bravuconadas sobre la importancia de leer y escribir? ¿Quién tiene la llave
de la caja de la atracción?
En esta dirección, la
búsqueda del efecto a producir en el otro (en nuestro caso, por ejemplo,
indicando un itinerario de lectura) tiene que tomar para sí los pormenores de
esta imposibilidad: la de no saber antes de que la lectura ocurra, qué ha de
ocurrir. Ahora, este saber que no se sabe no contribuye demasiado a la acción.
Porque este saber sobre lo incalculable no transmuta en inacción. Por el
contrario.
Nunca he creído
entonces que un libro sea importante o interesante. No existen, en términos
educativos, libros importantes o interesantes. A la educación, lo
importante como lo interesante, le es indiferente. El acto educativo, es
cierto, combina la atención silenciosa y la desmesura. Pero restarle
importancia, esto es, quitarle su épica y su heroísmo sin perder la lingüística
del entusiasmo subterráneo que lo habita, puede darle más fuerza. Ni
interesante ni importante. Educante.
Porque el esfuerzo
que he tratado de compartir con ustedes apunta a mostrar cómo, de qué manera y
con qué consecuencias se produce la inversión de los fines educativos. Cuáles
son las consecuencias de poner al principio mismo lo que acontece como un
resultado no esperado.
Si esto es así, resta
una pregunta: ¿qué queda para ladeliteratura mientras aguarda (fiera que
busca su presa o frágil presa que busca desapercibirse) que la lectura ocurra?
¿Qué queda para hacer mientras esperamos que el negrito lector que duerme
negrito, se despierte?
Inventé a tal fin un
verbo: literaturar. Eso. Enseñaliteraturar.
Es una manera de
homenajear a lasdeliteratura que han dado más de una forma a este mundo,
el lugar en el que vivimos.
E.
Antelo (FLACSO)
Leer (y enseñar a leer) entre las lenguas
Casi al final de una larguísima vida dedicada a
explorar las implicaciones culturales, históricas, políticas, éticas, estéticas
y filosóficas de esa práctica cotidiana que llamamos “lectura”, Hans-George Gadamer,
el maestro de la hermenéutica,
contemporánea, escribió lo siguiente: “qué cosa sea leer, y cómo tiene lugar
la lectura, me parece una de las cosas más oscuras”.
A mí siempre me ha conmovido ese gesto (que no sé
si llamar filosófico) de mantener como desconocido lo que creemos conocer.
Todos nosotros sabemos (o creemos saber) qué es leer. Todos nosotros sabemos (o
creemos saber) cómo tiene lugar la lectura. Todos nosotros leemos todos los
días, y leemos cosas sobre la lectura y, a veces, hablamos de las lecturas de
los otros, de cómo leen, o de cómo deberían leer. Pero a lo mejor eso que
sabemos (o que creemos saber), lo sabemos (o creemos que lo sabemos)
precisamente porque nunca nos lo hemos parado a pensar.
¿No será eso “pensar”? ¿Convertir en problema lo
que se da como solución? ¿Convertir en pregunta lo que se da como respuesta?
¿Convertir en oscuro lo que se da como evidente? ¿Inquietar lo que sabemos (o
lo que creemos saber)?
Aprender tiene que ver con el saber, con llegar a
saber lo que no se sabía. Pero aprender tiene que ver también con el pensar,
con el pararse a pensar lo que ya se sabe. También enseñar tiene que ver con el
saber, con trasmitir lo que uno ya sabe, con hacer saber a otros lo que a uno
le han enseñado, lo que uno ya ha aprendido. Pero no hay mayor desafío para un
profesor que el que alguien le diga: no me enseñes lo que sabes, ¡dime lo que
piensas! o, mejor, ¡enséñame lo que te hace pensar!
Ahí enseñar es hacer pensar, dar a pensar,
transmitir a otros lo que pensamos y, sobre todo, lo que nos hace pensar. O,
dicho de otro modo, compartir los problemas, las preguntas, las oscuridades,
las inquietudes.
En ese contexto, la lectura no se piensa a
contrapelo de la condición babélica de la lengua, como orientada a superarla o
corregirla o remediarla, sino que, como práctica afirmativa, como trabajo de
una lengua sobre otra lengua y sobre sí misma, como práctica de la diferencia y
de la multiplicidad, la traducción insiste y profundiza las estrategias
diseminadoras y pluralizadoras de la lengua misma. La lectura no es en absoluto
una práctica antibabélica sino que, por el contrario, babeliza ella misma: la
lectura es la experiencia babélica del lenguaje.
Tanto la traducción como la lectura ya no son
prácticas en las que se produce lo común, sino prácticas en las que se produce
lo diferente, prácticas de singularización y de diferenciación. El
lector-traductor ya no lee para borrar la diferencia, sino para hacerla
producir.
¿Qué sería entonces leer babélicamente?, ¿y
enseñar a leer babélicamente?, ¿se puede enseñar a habitar la pluralidad, a
producir la diferencia?, ¿cuáles serían las reglas de ese “enseñar”? Si la
diferencia, simplemente, difiere, ¿podría
haber reglas?
Es posible que la diferencia no se pueda
“producir”. Se trataría, entonces, de abrir su posibilidad. En primer lugar, de
estar atentos a todo lo que la cancela, lo que la impide. En segundo lugar, de
“dejar leer”. Pero ¿qué es dejar leer?
Heidegger
decía que la dificultad del enseñar consiste en dejar aprender. La cita
es la siguiente:“... enseñar significa: dejar aprender. Más aún: el
verdadero maestro no deja aprender más que ‘el aprender’. Por eso también su
obrar produce a menudo la impresión de que propiamente no se aprende nada de
él, si por ‘aprender’ se entiende nada más que la obtención de conocimientos
útiles. El maestro posee respecto de los aprendices como único privilegio el
que tiene que aprender todavía mucho más que ellos, a saber: el dejar-aprender.
El maestro debe ser capaz de ser más dócil que los aprendices. El maestro está
mucho menos seguro de lo que lleva entre manos que los aprendices. De ahí que,
donde la relación entre maestro y aprendices sea la verdadera, nunca entra en
juego la autoridad del sabihondo, ni la influencia autoritaria de quien cumple
una misión”.
Jorge Larrosa (FLACSO)
Grupo 3
Leone, Milena
Lucero, Federico
Morales, Verónica
Moreno, Ricardo Nicolás
Texto A:
El currículum escolar: el lugar de las decisiones y los acuerdos (o las traiciones y desacuerdos)
El
currículum escolar es un lugar de decisiones y acuerdos. De decisiones que
afectan, por un lado, a qué se lee como literatura en el contexto escolar. Esa
primera decisión, definir cuáles serán los libros que serán leídos por nuestros
alumnos, supone un acuerdo: recortar dentro del campo de las producciones
literarias qué libros están comprendidos dentro de lo que, a partir de ese
mismo recorte, se define como canon literario escolar.
El recorte,
entonces, es una operación doble, porque a la vez que selecciona qué leer traza
los límites del campo, lo que supone (casi siempre de manera implícita) una
definición sobre la literatura. Una operación doble que, también, opera sobre
un campo ya delimitado, pues el canon escolar se construye sobre un canon literario
más amplio, compuesto por las
obras que en cierta época y según ciertos criterios se consideran literarias.
La
literatura desborda, ya lo habíamos dicho. Y el currículum intenta controlar
ese desborde, basándose en algunos criterios y, sobre todo, en una concepción
sobre lo literario.
Pero la
historia no es tan sencilla. Sabemos que el currículum, el canon escolar y la
misma literatura no son cuerpos inmutables. Entendidos como territorios
flexibles están sujetos, creatividad mediante, a las nuevas producciones, a las
nuevas lecturas, a los desacomodamientos y recolocaciones. Lo que aún no ha
sido escrito ya está, de alguna forma, incidiendo en la definición de sus
límites. Entendidos como territorios a conquistar, suponen zonas de conflicto,
bandos en pugna y, necesariamente, desacuerdos y traiciones. Lo que ya ha sido
escrito puede funcionar como modelo a imitar y transformarse, de un currículum
para otro, en materia que se acuerda olvidar.
La historia de la enseñanza de la literatura, en relación con la definición de un currículum y un canon escolar puede narrarse como una historia de decisiones y traiciones. Y los conflictos, en tal caso, no son la novedad pues estuvieron presentes ya en la fundación de la disciplina misma.
Quizás, una primera cuestión para comenzar a reflexionar en torno a nuestras selecciones de textos sea pensar cuáles son los criterios que las sustentan, criterios que nos sirvan, también, para ordenar algunas de las posibles preguntas. En todo caso, los criterios no suelen ser demasiados; más bien, son unos pocos frente a los cuales sí son posibles diversas posturas o respuestas. Así, podemos seleccionar una obra según uno o más de los siguientes criterios:
· Su pertenencia a un canon escolar histórico, esto es, lecturas que se consideran no pueden obviarse o no pueden dejar de hacerse.
· Su actualidad, esto es, que se trate de textos contemporáneos, lo que significa que se privilegia un lenguaje considerado más accesible.
· El destinatario de las lecturas, es decir, los alumnos, en cuyo caso serán los temas que se consideran convocantes para los alumnos o que suelen resultar de particular interés los que guiarán las decisiones.
· El privilegio de la propia experiencia de lectura.
Se trata, en todo caso, de acordar algunos criterios que nos permitan fundamentar nuestras decisiones a la hora de diseñar las lecturas que daremos; acordarlo, claro, y confrontarlo con otros.
La historia de la enseñanza de la literatura, en relación con la definición de un currículum y un canon escolar puede narrarse como una historia de decisiones y traiciones. Y los conflictos, en tal caso, no son la novedad pues estuvieron presentes ya en la fundación de la disciplina misma.
Quizás, una primera cuestión para comenzar a reflexionar en torno a nuestras selecciones de textos sea pensar cuáles son los criterios que las sustentan, criterios que nos sirvan, también, para ordenar algunas de las posibles preguntas. En todo caso, los criterios no suelen ser demasiados; más bien, son unos pocos frente a los cuales sí son posibles diversas posturas o respuestas. Así, podemos seleccionar una obra según uno o más de los siguientes criterios:
· Su pertenencia a un canon escolar histórico, esto es, lecturas que se consideran no pueden obviarse o no pueden dejar de hacerse.
· Su actualidad, esto es, que se trate de textos contemporáneos, lo que significa que se privilegia un lenguaje considerado más accesible.
· El destinatario de las lecturas, es decir, los alumnos, en cuyo caso serán los temas que se consideran convocantes para los alumnos o que suelen resultar de particular interés los que guiarán las decisiones.
· El privilegio de la propia experiencia de lectura.
Se trata, en todo caso, de acordar algunos criterios que nos permitan fundamentar nuestras decisiones a la hora de diseñar las lecturas que daremos; acordarlo, claro, y confrontarlo con otros.
Fernanda Cano (FLACSO)
Texto B:
Enseñar a leer y a escribir: lazos y palabras entre
alumnos y maestros
Durante todo el siglo XX y hasta la actualidad se ha debatido en torno a si aprender a escribir implicaba manejar las figuras retóricas, dominar la gramática y la normativa, desplazar esos aspectos para darle un lugar predominante a la invención, apropiarse de los contenidos curriculares y de la moral vigente, desarrollar el potencial creativo, conocer las reglas de los géneros escolares (la descripción para el modelo retórico propuesto por la pedagogía tradicional, el diálogo para la llamada escuela nueva, el diario personal o la carta para la pedagogía del texto libre), ser experto en los variados géneros discursivos que circulan socialmente, aproximarse al lenguaje coloquial, distinguir el lenguaje escrito del lenguaje oral, experimentar y jugar con el lenguaje, contar con un léxico amplio, seguir los diferentes procesos de composición (planificación, textualización, revisión y reescritura), considerar exclusivamente el producto final, destinar los escritos a un único lector (el docente), destinarlos a diversos lectores o auditorios. Desde estos debates, que han orientado la enseñanza de la escritura, se instaló en una época la pedagogía de la “composición tema” según la cual se formulaba a los alumnos propuestas referenciales o temáticas (escribir sobre las vacaciones, el fin de semana, la madre, el mejor amigo, la mascota, sobre un tema libre en el mejor de los casos y hasta sobre ese tema que ha generado chistes y relatos paródicos, “la vaca”. De este tipo de propuestas, reiteradas a lo largo varias generaciones de alumnos y docentes, surgieron los “escritos escolares”: textos que respondían a unos géneros de exclusiva circulación escolar, sobre temas que despertaban escaso interés para quienes escribían, producidos en situaciones artificiales de comunicación (pues estaban destinados siempre a un lector, el docente), con la única finalidad de satisfacer las expectativas de lectura de ese docente (en algunos casos, resultar original; en otros, tener buena caligrafía; en la mayoría, respetar las convenciones gráficas). Esto es, en el intento de “facilitar” la enseñanza, se desvinculó a los escritos del problema retórico que siempre suponen (la adecuación a diversos destinatarios, propósitos, temas y géneros) y cuya resolución propone verdaderos desafíos cognitivos para quienes están aprendiendo a escribir.
Las prescripciones curriculares vinculadas a las políticas educativas de las distintas épocas también han contribuido a la construcción de las representaciones de la escritura y de su enseñanza. Desde la década de 1980, por ejemplo, los aportes de las investigaciones sobre la caracterización de tipos y clases textuales se tradujeron en la propuesta de los documentos curriculares, primero, y de los libros escolares, después, de enseñar a escribir desde el conocimiento de la variedad discursiva. Así, niños y jóvenes exploraron, entre muchos otros, la producción de textos instructivos (reglas de juegos, recetas, reglamentos de convivencia, consignas), narrativos (biografías, crónicas periodísticas, crónicas históricas, diarios de viajes, cuentos, novelas), argumentativos (cartas de lectores, notas de opinión, editoriales, reseñas bibliográficas, ensayos, monografías) y explicativos (informes, textos de divulgación, entradas de enciclopedia). Si bien el salto de la práctica de unos pocos géneros escolares (la carta, la descripción, el diálogo) a la práctica de la multidiscursividad ha sido un buen intento por revertir la artificialidad de las propuestas tradicionales, en la actual cultura escolar circula la idea o el “esquema de percepción” de que aprender a escribir es volverse un experto en tipologías textuales. Es posible conjeturar entonces que del mismo modo que la rutinización de las propuestas temáticas convirtió la “composición tema” en un corsé, el manejo de las variedades textuales puede llegar a convertirse en un nuevo corsé de la enseñanza si las propuestas de escritura se desvinculan nuevamente de la resolución del problema retórico que implican y de la puesta en escena de los procesos de composición. Marina Cortés afirma al respecto:
“... el hecho de que estas nociones (las estructuras textuales) sean operativas para enmarcar las actividades de escritura no significa que sean suficientes. Las consignas plantean un problema que el alumno podrá resolver en la medida en que se le enseñe a trabajar cada una de las fases del proceso de producción (generación de ideas, planificación del texto, elaboración de borradores, reescritura y edición). Y en este sentido, los modelos de procesos de composición son más pertinentes que las tipologías textuales.”
Otra de las representaciones que integró el sedimento de la cultura escolar de las dos últimas décadas es la que define el lugar de la gramática en relación con la enseñanza de la escritura. En efecto, la gramática de enfoque estructuralista, que dominó la escena de la enseñanza de la lengua a partir del año sesenta, privilegió la descripción del código en detrimento de las prácticas discursivas y se consideró que esto explicaba las bajas competencias de los alumnos que aprendieron a escribir en el contexto de esa propuesta. Desde esta representación y en un movimiento de reacción propio del campo de la enseñanza y de las políticas educativas, que generalmente provoca que los docentes transiten de un enfoque a otro sin que medie un espacio para la valoración de las propias experiencias y para el desarrollo de una capacidad crítica frente a lo viejo y lo nuevo, el modo de enseñar lengua viró hacia el llamado enfoque comunicativo, que relegó el lugar de la gramática a un mero instrumento de revisión en el proceso de producción de un escrito. Sobre esta cuestión, la investigadora Guiomar E. Ciapuscio en su trabajo acerca del lugar de la gramática en la producción de textos ofrece algunas conclusiones para ser atendidas:
“La gramática interviene en las primeras y esenciales fases de la producción de textos: ya la etapa de búsqueda de contenidos activa mentalmente formulaciones que se examinan y revisan en función de constituir el pensamiento intentado, es decir, ya en la fase de ideación. No es, de ningún modo, como se ha sugerido en varios lugares, un mero instrumento de revisión.
Los conocimientos gramaticales -entendidos como recursos léxicos asociados con informaciones gramaticales particulares (fonológicas, morfológicas, sintácticas, semánticas)- son recursos claves a los cuales apelamos (de manera más o menos consciente) en la producción de textos para constituir y formular conocimiento en expresiones lingüísticas. La gramática, por lo tanto, es una herramienta que permite no meramente “vestir” pensamiento con palabras, sino principalmente constituirlo. Por lo tanto, la ampliación y enriquecimiento del conocimiento gramatical sobre la lengua materna redundará en el mejoramiento sustantivo de la competencia intelectual y comunicativa.”
A estas ideas presentes en las prácticas de escritura que se han desarrollado en la escuela (seguir los dictados de la musa inspiradora, responder a propuestas temáticas cristalizadas, apelar a la gramática sólo en el proceso de revisión, etc.) se suman en la última década las que convoca el vínculo entre la enseñanza y el aprendizaje de la escritura con las nuevas tecnologías. Esto es, las creencias de muchos alumnos de que el corrector ortográfico del procesador de textos (cuando tienen la posibilidad de acceder a una PC) les resuelve todas sus dudas o de que cortar y pegar fragmentos de textos “bajados” de Internet construyen casi por arte de magia el informe que ha solicitado el profesor; la creencia de muchos docentes de que el lenguaje usado en el chat y en los mensajes de texto de los teléfonos celulares es el mayor responsable de la “pobreza de vocabulario”, de los “errores ortográficos” y de la inadecuación del registro que presentan los escritos de sus alumnos.
Las prescripciones curriculares vinculadas a las políticas educativas de las distintas épocas también han contribuido a la construcción de las representaciones de la escritura y de su enseñanza. Desde la década de 1980, por ejemplo, los aportes de las investigaciones sobre la caracterización de tipos y clases textuales se tradujeron en la propuesta de los documentos curriculares, primero, y de los libros escolares, después, de enseñar a escribir desde el conocimiento de la variedad discursiva. Así, niños y jóvenes exploraron, entre muchos otros, la producción de textos instructivos (reglas de juegos, recetas, reglamentos de convivencia, consignas), narrativos (biografías, crónicas periodísticas, crónicas históricas, diarios de viajes, cuentos, novelas), argumentativos (cartas de lectores, notas de opinión, editoriales, reseñas bibliográficas, ensayos, monografías) y explicativos (informes, textos de divulgación, entradas de enciclopedia). Si bien el salto de la práctica de unos pocos géneros escolares (la carta, la descripción, el diálogo) a la práctica de la multidiscursividad ha sido un buen intento por revertir la artificialidad de las propuestas tradicionales, en la actual cultura escolar circula la idea o el “esquema de percepción” de que aprender a escribir es volverse un experto en tipologías textuales. Es posible conjeturar entonces que del mismo modo que la rutinización de las propuestas temáticas convirtió la “composición tema” en un corsé, el manejo de las variedades textuales puede llegar a convertirse en un nuevo corsé de la enseñanza si las propuestas de escritura se desvinculan nuevamente de la resolución del problema retórico que implican y de la puesta en escena de los procesos de composición. Marina Cortés afirma al respecto:
“... el hecho de que estas nociones (las estructuras textuales) sean operativas para enmarcar las actividades de escritura no significa que sean suficientes. Las consignas plantean un problema que el alumno podrá resolver en la medida en que se le enseñe a trabajar cada una de las fases del proceso de producción (generación de ideas, planificación del texto, elaboración de borradores, reescritura y edición). Y en este sentido, los modelos de procesos de composición son más pertinentes que las tipologías textuales.”
Otra de las representaciones que integró el sedimento de la cultura escolar de las dos últimas décadas es la que define el lugar de la gramática en relación con la enseñanza de la escritura. En efecto, la gramática de enfoque estructuralista, que dominó la escena de la enseñanza de la lengua a partir del año sesenta, privilegió la descripción del código en detrimento de las prácticas discursivas y se consideró que esto explicaba las bajas competencias de los alumnos que aprendieron a escribir en el contexto de esa propuesta. Desde esta representación y en un movimiento de reacción propio del campo de la enseñanza y de las políticas educativas, que generalmente provoca que los docentes transiten de un enfoque a otro sin que medie un espacio para la valoración de las propias experiencias y para el desarrollo de una capacidad crítica frente a lo viejo y lo nuevo, el modo de enseñar lengua viró hacia el llamado enfoque comunicativo, que relegó el lugar de la gramática a un mero instrumento de revisión en el proceso de producción de un escrito. Sobre esta cuestión, la investigadora Guiomar E. Ciapuscio en su trabajo acerca del lugar de la gramática en la producción de textos ofrece algunas conclusiones para ser atendidas:
“La gramática interviene en las primeras y esenciales fases de la producción de textos: ya la etapa de búsqueda de contenidos activa mentalmente formulaciones que se examinan y revisan en función de constituir el pensamiento intentado, es decir, ya en la fase de ideación. No es, de ningún modo, como se ha sugerido en varios lugares, un mero instrumento de revisión.
Los conocimientos gramaticales -entendidos como recursos léxicos asociados con informaciones gramaticales particulares (fonológicas, morfológicas, sintácticas, semánticas)- son recursos claves a los cuales apelamos (de manera más o menos consciente) en la producción de textos para constituir y formular conocimiento en expresiones lingüísticas. La gramática, por lo tanto, es una herramienta que permite no meramente “vestir” pensamiento con palabras, sino principalmente constituirlo. Por lo tanto, la ampliación y enriquecimiento del conocimiento gramatical sobre la lengua materna redundará en el mejoramiento sustantivo de la competencia intelectual y comunicativa.”
A estas ideas presentes en las prácticas de escritura que se han desarrollado en la escuela (seguir los dictados de la musa inspiradora, responder a propuestas temáticas cristalizadas, apelar a la gramática sólo en el proceso de revisión, etc.) se suman en la última década las que convoca el vínculo entre la enseñanza y el aprendizaje de la escritura con las nuevas tecnologías. Esto es, las creencias de muchos alumnos de que el corrector ortográfico del procesador de textos (cuando tienen la posibilidad de acceder a una PC) les resuelve todas sus dudas o de que cortar y pegar fragmentos de textos “bajados” de Internet construyen casi por arte de magia el informe que ha solicitado el profesor; la creencia de muchos docentes de que el lenguaje usado en el chat y en los mensajes de texto de los teléfonos celulares es el mayor responsable de la “pobreza de vocabulario”, de los “errores ortográficos” y de la inadecuación del registro que presentan los escritos de sus alumnos.
La
consideración de estos elementos es válida, especialmente, para leer y analizar
las propuestas alternativas de enseñanza de la escritura. Pensar, discutir y proponer otros modos de enseñar a
escribir en la escuela nos obliga a reconsiderar los marcos institucionales en
los que nuestra tarea se pone en juego - incluyendo la especificidad del nivel
educativo donde nos desempeñamos- y a poner en cuestión los supuestos y
principios teóricos que orientan implícitamente nuestra intervención docente.
Ana María Finocchio (FLACSO)
Grupo 4
Moreno, Yesenia
Páez, Celeste
Ponce, Ana Clara
Rivero, Roque
Texto A:
Páez, Celeste
Ponce, Ana Clara
Rivero, Roque
Texto A:
Lectores populares en el siglo XVI: tipógrafos,
artesanos, campesinos
En los
siglos XV y XVI se desarrolló un tipo de operario que, pese a su situación
social dependiente y a sus magros ingresos, que lo situaban entre las clases
trabajadoras urbanas, alcanzó un notable nivel de conocimiento gracias a su
acceso a la lectura a la que lo obligaba su propio trabajo: el tipógrafo.
La
historiadora Natalie Zemon Davies
ha estudiado la vida social y cultural de los tipógrafos de la ciudad francesa
de Lyon y los efectos que su rápida adquisición de la lectura tuvieron en los
comportamientos colectivos. Lyon era uno de los emporios de la industria
tipográfica en la Francia
de entre 1550 y 1575; más de 600 personas vivían de la impresión de libros:
estaban los grandes mercaderes editores, que formaban parte del consejo de la
ciudad; estaban también los editores impresores, que trabajaban por su cuenta y
eran admitidos como ciudadanos notables; y, por último, estaban los maestros y
oficiales impresores, que formaban la masa de trabajadores y no tenían derechos
políticos. Dice esta
investigadora:
"Los
oficiales impresores eran hombres que pasaban varios años, y a menudo toda su
vida adulta, trabajando por un salario en calidad de prensistas, tipógrafos y
correctores de pruebas. Llegaban a Lyon de todas partes: de pueblos rurales, de
otras ciudades, incluso desde el extranjero. Casi todos ellos hacían algo
diferente de lo que hicieran sus padres, y lo hacían en un ramo que era
relativamente nuevo y carecía de tradiciones (...) No es extraño que intentaran
crear sus tradiciones propias y que hicieran todo lo posible para sentirse
menos perdidos y solos. Su vida en el taller les ayudaba un poco. Trabajaban
juntos tres y cuatro hombres en una prensa, y los prensistas coordinaban su
trabajo con el tipógrafo y el corrector de pruebas (...) A menudo, los
trabajadores solteros vivían juntos. Comían todos juntos en la mesa del
maestro. Su tiempo libre lo pasaban juntos, bebiendo y hablando en las
tabernas, vagando por las calles, planeando diversiones de alguna clase"
Resulta
fácil comprender que para crear sus propias tradiciones estos hombres, tan
diferentes por su profesión y sus conocimientos de sus propios padres y de
otros artesanos como ellos, utilizaran elementos de la cultura letrada que
conocían gracias a su profesión y a su obligada capacidad de leer, una facultad
de la que estaban privados otros trabajadores, y que los identificaba a ellos
mejor que nada. Es por eso que incorporaron a esa nueva identidad elementos
mitológicos y literarios que eran parte de su trabajo cotidiano, tal como
señala Zemon Davies:
"Su
orgullo tenía raíces en el convencimiento de que la imprenta era valiosísima
para la sociedad cristiana, convencimiento que era compartido por maestros
artesanos, editores y muchos otros. Minerva, "la Madre de la Imprenta y Diosa del
Conocimiento" era la figura central en una fiesta que organizaron y los
oficiales proclamaron que ellos eran los hombres que hacían brillar su honor
(...) Tampoco les turbaba el hecho de que otros tuvieran el capital mientras
ellos hacían el trabajo. En vez de ello decían: "el nombre de impresor debería
en verdad reservarse para nosotros, ya que nosotros hacemos la mayor parte de
las impresiones" (...) Semejante confianza en sí mismos tuvo consecuencias
importantes para sus actitudes y actos, tanto en el taller de imprenta como en
relación con las cuestiones religiosas (...) No demostraban sentirse culpables
de desobediencia militante por crear su organización de oficiales, por disponer
interrupciones en el trabajo o huelgas que afectaban toda la industria, por
tomarse días de fiesta cuando lo necesitaban, por apelar los edictos del Rey
delante del Parlamento de París con motivo de prohibiciones específicas."
Es posible, entonces, observar aquí cómo
opera esta adquisición de la lectura entre los oficiales tipógrafos: les
permite forjarse una identidad cultural y social que los diferencia del resto
de los trabajadores, apelar a emblemas o ritos que los gratifican por su rareza
o exquisitez ("Minerva, Diosa del Conocimiento"), afrontar mejor la
dura situación de abandono y explotación y tener una fuerte solidaridad de
grupo para luchar por sus derechos laborales o por su libertad religiosa ( la autora,
de hecho, encuentra que la mayor parte de los impresores lyoneses adhirieron a
la reforma calvinista y se enfrentaron al catolicismo). Hay, entonces, una
forma de valorar esta rara capacidad de la lectura (rara en el contexto social
de la época) que no sólo se emplea como medio para ganarse la vida, sino para
crear una identidad y una cierta forma de resistencia laboral.
Rogelio Paredes (FLACSO)
Texto 2:
El caso de Menocchio
Roger Chartier ha estudiado los posibles empleos de la lectura en los
contextos sociales rurales, relacionados con la sociabilidad y el uso del
tiempo libre. Postula como práctica corriente entre los lectores de la
modernidad la lectura en voz alta compartida por un público atento que asiste a
ella con fines recreativos. Aunque Chartier, contra lo que sostienen otros
autores, indica que no es seguro que la lectura en voz alta formase parte de
una práctica corriente entre los campesinos en las así llamadas
"veladas", que tenían lugar ciertas noches del año y eran compartidas
en general por mujeres, sí piensa que es posible que muchos de los relatos que
se narraban en esas ocasiones fuesen versiones orales de textos impresos
aprendidos de memoria, o que algunos relatos orales terminasen incorporándose a
ediciones populares de ese tipo de narraciones. De todos modos, obsérvese que
Chartier documenta un uso recreativo y socializante de la lectura, que cumple
la función de deleitar a quienes participan de ella y que está alejada de otros
empleos que hoy consideraríamos más corrientes, como el de la mera información
o transmisión de conocimientos técnicos o laborales.
El caso quizá mejor documentado de un
campesino lector es el del molinero friulano Domenego Scandella, conocido como
Menocchio, que vivió en las cercanías de Venecia en la segunda mitad del siglo
XVI. El caso de Menocchio fue escrupulosamente estudiado por el historiador
italiano Carlo Ginzburg:
a partir de los dos procesos que le inició la Inquisición por sus
opiniones heréticas. Las ideas religiosas de Menocchio provocaron la alarma del
cura párroco de su aldea, quien lo denunció a los inquisidores. Sometido a
proceso, el molinero dejó boquiabiertos a sus jueces al exponer una serie de
ideas insólitas sobre Dios, la
Creación, la virginidad de María, la vida de Jesús, la
salvación del alma y otras cuestiones teológicas que lo llevaron a su condena
por herejía. En todo momento, Mennochio sostuvo que esas ideas las ha sacado
"de su cerebro". Lo que demuestra Ginzburg es que esas
"ideas" proceden en buena medida de las lecturas de Menocchio, quien
sorprendentemente sabe leer y comparte sus lecturas -y tal vez sus opiniones-
con otras personas de su comarca. En realidad, las "lecturas" de
Menocchio, sostiene Ginzburg, más que proporcionarle conocimientos nuevos, le
permiten darle forma a una serie de nociones tradicionales de su propia cultura
y a exponerlas de un modo nuevo acorde a los criterios de las personas
"ilustradas". Es decir, la operación realizada por Menocchio es una
operación singular de reinterpretación de su propia cultura: no "lee"
para asimilar el contenido de los libros, sino para "releer" su
propio saber tradicional y encontrar argumentos en que sustentarlo. Explica Ginzburg:
"Hemos
visto cómo leía Menocchio sus libros: cómo aislaba, a veces deformándolas,
palabras, frases, comparando pasajes distintos, haciendo brotar fulminantes
analogías. La contrastación entre los textos y las reacciones de Menocchio nos
ha inducido a postular una clave de lectura que él poseía soterrada (...)
Menocchio trituraba y reelaboraba sus lecturas al margen de cualquier modelo
prestablecido (...) No es el libro como tal, sino el choque entre página
impresa y cultural oral lo que formaba en la cabeza de Menocchio una mezcla
explosiva."
El caso de
Menocchio le permite a Ginzburg reflexionar sobre dos cuestiones de su interés:
la importancia de la imprenta como vehículo de circulación de ideas, que llegan
hasta los niveles inferiores de la sociedad moderna ya en el siglo XVI, y el
peso y autonomía de la tradición entre los lectores populares, que manejan un
instrumento de conocimiento nuevo, pero no lo emplean sencillamente de la misma
forma que los sectores de la elite que participan de la cultura letrada, lo que
invita a reconsiderar el papel de la alfabetización en relación con los
contextos sociales y culturales específicos en los cuales se desarrolla.
Rogelio Paredes (FLACSO)
Grupo 5
Robledo, Cintia Beatriz
Romarión, Rogelio
Saad, Yamil
Sancho, Araceli
Sarmiento, Pía
Tello, Constanza
Trozzo, Romina
Texto A:
Razón escolar, razón
práctica
Los trabajos de sociología de la educación de los años sesenta y
setenta, fundados sobre datos estadísticos, establecieron el hecho de que
la escuela reproduce estadísticamente las diferencias sociales
preexistentes: cuanto más capital cultural poseen los padres, más chances
tienen los niños de permanecer duraderamente (y con alegría) en el sistema
escolar. Pero la comprensión de las desigualdades escolares debe también
apoyarse sobre las observaciones precisas y detalladas de las realidades
escolares. De esta manera, se podrá detectar la especificidad de los
ejercicios y conocimientos escolares, y el origen de las diversas
producciones escolares, felices e infelices.
Si la escuela es una especie de máquina que opera constantemente sobre
las diferencias entre alumnos, el estudio de los procesos de
diferenciación a través de las prácticas escolares cotidianas
puede permitir la comprensión, en detalle, de las experiencias escolares
ordinarias: las dificultades en la lectura, una “mala expresión escrita”,
una respuesta inadecuada a un ejercicio de gramática, un dictado lleno de
“faltas”, etc.
Si las prácticas escolares han sido sociológicamente poco estudiadas,
nos hemos aún interrogado menos sobre un aspecto central de la escuela, a
saber: sus múltiples y complejos vínculos con las culturas escritas (la
naturaleza escrituraria de los conocimientos que transmite y los procesos
históricos de codificación escrita de los cuales participa). En efecto, es
asombroso que el universo escolar, lugar de cultura escrita por
excelencia, nunca haya dado lugar a una interrogación en este sentido.
Los historiadores, antropólogos y psicólogos indagan con minucia las
prácticas escriturarias y gráficas (listas, cuadros, libros de cuentos,
relatos escritos, crónicas, codificación escrita de conocimientos y leyes,
etc.), descubriendo el aspecto constitutivo que estas prácticas han tenido
en materia de génesis y desarrollo de modos de pensamiento lógico,
formales o teóricos. Mientras que los sociólogos han venido eludiendo el
alcance antropológico de las múltiples prácticas escolares de escritura
que ponen a los alumnos -de manera perdurable, sistemática y continua- en
contacto con la “razón gráfica”.
Es la razón gráfica la que hace posible el “dominio simbólico” (dominio
consciente, intencional, sistemático) en el
trabajo escolar. Tampoco nos preguntamos si las dificultades escolares no
tendrían una estrecha relación con la cuestión de las culturas escritas.
Justamente, a partir de dicha interrogación, intenté analizar las
prácticas escolares más triviales en la escuela elemental (primaria) y el
vínculo entre las formas escolares y las relaciones de aprendizaje que
mantienen los alumnos procedentes de las clases
populares.
Intenté demostrar que la escuela
desarrolla un vínculo específico con el lenguaje. Esto supone que el
lenguaje -objeto de una atención y de un trabajo específicos, de una
manipulación consciente- es puesto en perspectiva, considerado como objeto
de estudio en sí mismo y para sí mismo desde múltiples puntos de vista
(fonológico, léxico, gramatical, textual). Este vínculo reflexivo con el
lenguaje (relación escrituraria-escolar del
lenguaje) se constituyó históricamente (filogénesis) y se
reconstituye -en parte- para cada niño (ontogénesis) a través de las
prácticas de la escritura.
En lugar de ser puestos en situaciones de interacción que los conduzcan
a hablar y a producir sentido, los niños son invitados a adoptar, a través
de juegos de lenguaje escolar, una posición alejada de los juegos del
lenguaje corriente. En vez de hablar movidos por la situación
social de enunciación que requiere la palabra , deben considerar al lenguaje como un
universo autónomo, estructurado por un sistema complejo de relaciones
entre unidades de distintos niveles (letras, sílabas, palabras, frases,
textos). Es toda una distorsión de la actitud ante el lenguaje que
necesita la escuela.
Como escribe el filósofo Ludwig
Wittgenstein, “el hombre posee la facultad de construir lenguajes, a
través de los cuales cada sentido se puede expresar, sin tener ninguna
noción de la forma en que cada palabra significa, ni de aquello que
significa, del mismo modo que hablamos sin saber cómo son emitidos los sonidos particulares de la palabra
”.
Por ello, la escuela es el lugar privilegiado donde se intenta dar a
los seres sociales conciencia del lenguaje, a través de un trabajo
sistemático sobre la lengua por medio de ejercicios, preguntas y
correcciones repetidas sin cesar; un lugar donde, a su vez, se intenta
transformar las prácticas lingüísticas “cotidianas”, “espontáneas”,
“corrientes”.
Bernard
Lahire (FLACSO)
Los recursos propiamente familiares
La cultura de lo escrito está en el corazón de la apropiación adecuada
del universo escolar, pero deben existir ciertas condiciones para que el
niño pueda encontrar los apoyos familiares para apropiársela. A la
inversa, no es por estar en relación con padres lectores y escritores que
la apropiación de la situación escolar puede producirse de manera
automática. La estabilidad relativa del orden familiar, las formas de
ejercicio de la autoridad de los padres, las difíciles condiciones de
“herencia” de un pequeño capital cultural existente, todo esto puede
dificultar las transmisiones culturales familiares, ya que los triunfos no
son tan fuertes como en los medios sociales mejor dotados. Evitar la
explicación unilateral por un “factor” o, más generalmente, por un “tema”
predominante, no significa que se pierda en un polvo de causas. Es
solamente intentar, centrando la mirada sobre objetos más precisos,
contextualizar el efecto de las propiedades generales o de líneas
pertinentes de análisis completamente generales.
La presencia objetiva de un capital cultural familiar tiene sentido
sólo si este capital cultural está colocado en condiciones que hacen
posible su “transmisión”. Ahora bien, no siempre es el caso. Las personas
que tienen las disposiciones culturales susceptibles de ayudar al niño y,
más generalmente, de socializarlo de un modo escolarmente armonioso, no
siempre tienen el tiempo o las ocasiones de producir verdaderamente
efectos de socialización duraderos. No siempre llegan a construir los
dispositivos familiares que permitirían “transmitir” algunos de sus
saberes o algunas de sus disposiciones escolarmente rentables, de manera
regular, continua, sistemática. Es por esta razón que a capital cultural
equivalente, dos contextos familiares pueden conducir a situaciones
escolares muy diferentes en la medida en que el rendimiento escolar de
estos capitales culturales depende mucho de configuraciones familiares de
conjunto. Podemos decir que la “herencia cultural” no siempre llega a
encontrar las condiciones adecuadas para heredar al heredero.
Las familias suelen estar provistas de patrimonio cultural, pero éste
(particularmente los impresos) puede quedarse a veces en estado de letra
muerta porque nadie lo hace vivir familiarmente. La existencia de capital cultural familiar objetivado no implica
necesariamente la existencia de miembros de la familia poseyendo el
capital cultural incorporado adecuado para su apropiación. Los padres
compran libros, diccionarios, enciclopedias (que a menudo constituyen
inversiones financieras muy fuertes) para sus hijos, pero sin poder
acompañar a estos últimos en el descubrimiento de dichos objetos
culturales. No juegan –por falta de tiempo o disposición– un papel de
intermediarios que les permitiría a los niños apropiarse de los textos
disponibles, incluso a veces se decepcionan por el poco uso que ellos les
dan. Los niños están entonces colocados en una situación paradójica, dado
que poseen objetos de los cuales pueden constatar cada día su falta de
uso, y entonces de utilidad, familiar. Los libros comprados pueden estar
también –debido a su contenido– fuera del alcance de los niños, sobre todo
cuando éstos ya tienen problemas de comprensión de textos. Hay allí un
patrimonio cultural que es apenas movilizado por los miembros de la
familia, y con respecto al cual los niños son a menudo completamente
despojados. Se trata entonces de un patrimonio cultural muerto, no-apropiado e in-apropiado
.
Inversamente, en oposición a estas familias que no desarrollan
estrategias de apropiación de los objetos culturales por parte de sus
hijos, encontramos otras familias donde, aunque los padres casi no leen
para sí mismos (no dando así la imagen de una práctica natural de la
lectura), desempeñan sin embargo un papel de intermediarios entre la
cultura escrita y sus hijos, haciéndoles leer y escribir historias,
haciéndoles preguntas sobre lo que leen, leyéndoles historias desde que
son bebés, llevándolos a la biblioteca municipal, jugando a las palabras
cruzadas con ellos, etc.
Del mismo modo, podemos notar que familias débilmente dotadas en
capital escolar o no poseyéndolo en absoluto (caso de padres analfabetos)
pueden sin embargo muy bien, a través del diálogo o de la reorganización
de los roles domésticos, hacerle un espacio simbólico (en las
conversaciones familiares) o un espacio efectivo al “alumno” o al “niño
letrado” en el seno de la configuración familiar. Así, en ciertas
familias, podemos encontrar una escucha atenta o un cuestionamiento
interesado en padres que muestran que, para ellos, lo que se hace en la
escuela tiene un sentido y valor. Aunque estos padres no comprendan todo
lo que hacen sus hijos en la escuela y no tengan vergüenza de decir que se
sienten superados, los escuchan y prestan atención a su vida escolar.
Interrogan a sus hijos y muestran, por una multitud de comportamientos
diarios, el interés y el valor que le prestan a las experiencias
escolares. Las discusiones con al menos un miembro de la familia permite
verbalizar una experiencia nueva y no cargar en soledad con esta experiencia diferente . De la misma manera, cuando padres
analfabetos o con dificultad en la escritura les demandan progresivamente
ayuda a sus hijos escolarizados para leer el correo y explicarles el
contenido, a cumplir mandatos, a escribir notas para la escuela, a buscar
números de teléfono en el anuario, a seguir la escolaridad de los hermanos
y hermanas, etc., crean una función familiar importante ocupada por el
niño (escriba doméstico) que allí gana reconocimiento y legitimidad
familiar. Algunas configuraciones familiares muestran pues la importancia
social y simbólica de los que saben leer y escribir (del “niño letrado”),
o la integración simbólica del “alumno”. Cuando se es despojado por todos
los medios de ayuda directa, estos pasos de legitimación familiar
desempeñan un papel central en la posibilidad de una “buena
escolaridad”.
En ciertos casos, los padres les comunican a sus hijos su “bloqueo”
inicial con relación a la escuela: miedo de cometer faltas de ortografía,
de escribir sin encontrar las buenas formas, de no saber hacer un cálculo,
etc. Estos padres no están desprovistos de todo capital escolar, sino que
exponen a los ojos de sus hijos, en múltiples situaciones cotidianas, la
fragilidad de sus competencias, un sufrimiento con respecto a ciertas
situaciones escolares. Comunican pues sus complejos, sus angustias, sus
propias dificultades escolares pasadas al mismo tiempo que sus gustos,
mostrando así que un capital escolar no es nunca disociable de una
experiencia escolar (feliz o desdichada). Paradójicamente, estas
situaciones donde los padres tienen un pequeño capital escolar parecen más
problemáticas que aquellas donde los padres son analfabetos pero
desarrollan otras estrategias familiares para ayudar a sus hijos. Es una
de las razones que puede dar cuenta del hecho de que no se observa un
vínculo mecánico y directo entre nivel de “éxito” escolar de los niños y
nivel de escolarización de los padres. Saliendo de la simple lógica del
volumen de capital escolar poseído, se trata de interrogarse sobre la
pluralidad de las condiciones y de las modalidades concretas de
“transmisión” o de no “transmisión” de las disposiciones culturales.
Bernard
Lahire (FLACSO)
Grupo 6
Amaya, Tatiana
Vargas, Marcos
Zalazar, Ana Paula
Texto A:
Vargas, Marcos
Zalazar, Ana Paula
Texto A:
Medios de comunicación: lo viejo/lo nuevo, lo
mismo/lo otro.
A un cierto nivel, una generación
se define por los programas de televisión que ha visto durante su
infancia, los jueguitos de play station que ha jugado, o las
canciones que ha cantado. Pero, a diferencia de lo que ocurría con las
viejas culturas tradicionales que hacían durar el arroz con leche bastante
más de una generación, la play station o los programas de
televisión compartidos por un grupo de niños son relativamente efímeros y
resulta difícil compartir algunas zonas de la cultura entre varias
generaciones. Abuelos, hijos y nietos han visto televisión y escuchan
rock, pero no se trata de las mismas experiencias, entre otras cosas
porque aquello que era completamente “nuevo” para los abuelos, ha dejado
de serlo. El revival y la cultura de la nostalgia en la
actualidad permiten algunos puntos de encuentro. El rock de los setenta
como objeto de culto para preadolescentes que compran discos de vinilo en
ferias americanas o revuelven sótanos y placares para recuperar tesoros en
desuso, forma parte de oleadas que permiten poner en contacto a varias
generaciones. Pero eso no significa que compartan las mismas experiencias.
El disco de Génesis comprado por el padre a finales de los setenta, hoy es
revisitado como una experiencia de museo (que es, al mismo tiempo, una de
las experiencias más contemporáneas) por los púberes que lo “descubren”
por primera vez.
¿Ha cambiado realmente la conformación de identidades sociales de los
grupos de niños y jóvenes? ¿En qué lo han hecho? ¿Qué tienen que ver los
medios de comunicación con ello?
Los niños que iban a la escuela pública en la Argentina de las primeras
décadas del siglo veinte, eran considerados “niños”, “alumnos” y
“argentinos”, y eran formados para devenir “ciudadanos” de esta nación. El
hecho de que ser niño y alumno fueran identidades relativamente pasajeras,
no afectaba el hecho de que se tratara de un momento de identidades
estables: ser argentino, ser ciudadano, pero también el pasaje de alumno a
trabajador, empleado o profesional, formaba parte de un tránsito
esperable. Se pasaba de un tipo de actividad o trabajo propio de la niñez
(ir a la escuela) hacia otro propio de la adultez (el trabajo). Pero en
todos los casos, se trataba de un aspecto de la vida social relativamente
previsible y segura. Sin embargo, sería bueno no perder de vista que los
cambios técnicos y urbanos a principios del siglo XX en la Argentina
fueron experiencias muy vertiginosas para quienes vivieron en esa época.
Ser “pokemón”, “rolinga” o “dark” supone una adhesión a identidades
menos generalizadas, que no se obtienen en una institución social pública
sino en el grupo de pares y que no ofrece un horizonte de certezas
laborales como la de ser empleado o trabajador. Se trata de una
transformación histórica que afecta la preeminencia de las
identidades sociales constituidas en los espacios
de producción (la fábrica constituye obreros; la oficina,
empleados; la universidad, profesionales) a las identidades
culturales constituidas en espacios de consumo
(soy rolinga porque escucho cierta música, me visto de cierta manera,
corto mi flequillo de otra, etc., etc.). De allí que los medios de
comunicación exijan ser pensados como un elemento importante de la
constitución de identidades: ellos ponen en circulación la música, exhiben
los estilos de vida, la moda y las formas de consumo. Esta afirmación,
lejos de suponer una virtud de los medios de comunicación, implica dar
cuenta de una responsabilidad social de la que los medios no se hacen
cargo. Si los medios comerciales buscan ocupar este rol, es sólo como
consecuencia de su funcionamiento mercantil. De allí que la ausencia de
una política pública que oriente estas funciones, suele ser catastrófica.
Difícilmente dejaríamos en manos de Susana Giménez o Sofovich la formación del
gusto infantil si fuéramos interrogados al respecto. En la práctica, esto
es lo que ocurre cuando se piensa que el mercado puede autorregularse y
que las audiencias por sí solas pueden orientar el devenir de los medios
de comunicación.
La otra consecuencia de esta transformación es que si bien ser rolinga
puede contener rasgos que en otros contextos fueron calificados como
“populares” o pertenecientes a los sectores populares, las diferencias
culturales no coinciden exactamente con las diferencias sociales. Así,
resulta bastante más complejo determinar los límites identitarios, que ya
no se reducen a bloques enfrentados por su lugar de producción en la
sociedad (burgueses y clase trabajadora). El “nosotros” y el “ellos”
sobreimprime pertenencias musicales, alimentarias, espacios urbanos,
estilos y modas, diferencias religiosas, gustos mediáticos y adscripciones
deportivas que no siempre ubican a un sujeto en el mismo grupo de
pertenencia. En este sentido, la estabilidad de las identidades no es la
norma.
Mirta Varela (FLACSO)
Flujo continuo y atención intermitente
Una característica de la radio y la televisión que se volvería típica y
determinante para el públicocontemporáneo es la de ser un flujo
continuo. La experiencia de oír radio o ver
televisión es más parecida a abrir una canilla de agua que a ir al cine.
¿Qué quiere decir con esto? Ir al cine o leer un libro son
experiencias discontinuas, esto es, que tienen un
comienzo y un fin. En el caso del cine, se trata de una experiencia
acotada desde el punto de vista temporal y con una presentación ritual
desde el punto de vista del público. Se asiste a un espacio demarcado en
un horario preestablecido, se apagan las luces y se vuelven a encender al
final. Frente a este tipo de espectáculos (los eventos deportivos
comparten estas mismas características rituales), oír la radio o ver
televisión son experiencias que se entrelazan con la vida cotidiana, que
lejos de demarcar un tiempo y un espacio rituales, se superponen con otras
actividades, se vuelven indiferenciadas de las actividades de la vida
cotidiana. La radio se prende y está allí mientras se trabaja, se plancha,
se estudia. La televisión actual -a diferencia de lo que ocurría hace
algunas décadas en que había menos canales y horarios de transmisión más
acotados- se prende y “no se apaga nunca”. El sonido televisivo -antes que
su imagen- forma parte de las rutinas cotidianas, aunque no se le otorgue
una atención exclusiva como ocurre con el cine.
La modalidad del flujo, a su vez, también impone un tipo de relación
por parte de la audiencia que es de atención intermitente
o atención desatenta. Puesto que la televisión está prendida en
forma permanente, resulta imposible conservar una atención continua. Esto
que llevó a algunos críticos a descalificar la televisión por considerarla
un medio banal, es lo que le otorga su extrema importancia social. Cuanto
menos ritualizada es su recepción, cuanto menos importante parece ser
desde el punto de vista de los textos que pone en circulación, más parece
fundirse con la vida misma. Un investigador de las audiencias de la
televisión, David Morley, señaló este aspecto en la diferenciación entre
las formas de ver televisión de hombres y mujeres. Criticó las
interpretaciones que veían una menor atención por parte de las mujeres,
que no se “sentaban” a ver televisión o que “no prestaban atención” a la
información de la misma manera que los hombres. Mostró que para las
mujeres, el hogar era percibido como un espacio de trabajo cotidiano en el
que no se podían permitir el ocio de ver televisión atentamente (sentarse
a ver televisión), sino que era algo que ocurría mientras cocinaban,
planchaban, bañaban o despiojaban niños, etc., etc. Este tipo de
“espectación”, lejos de ser una anormalidad o un desvío, es la manera más
generalizada de ver televisión, y es para este tipo de audiencia que la
programación televisiva está destinada desde hace ya mucho tiempo.
Flujo continuo y atención intermitente son dos aspectos inescindibles
que van a formar parte de una relación más generalizada con los medios de
comunicación, aún de aquellos que parecen limitarse a una comunicación
interpersonal o más íntima. Los teléfonos celulares que permiten no
discontinuar jamás las relaciones (la metáfora del cordón umbilical nunca
pareció tan evidente como en el momento en que los teléfonos dejaron de
tener cable) y, por supuesto, las computadoras.
Las primeras formas de uso de una técnica siempre son rituales y
discontinuas (se organiza un evento especial para su uso novedoso), pero
rápidamente adquieren otro tipo de utilización. Desde que la computadora
generalizó su uso, lo hizo mediante un tipo de conexión fluida. Internet
es el flujo perfecto. La radio y la televisión ya habían superpuesto
funciones artísticas, lúdicas, informativas y sociales. La radio y la
televisión ya habían hecho convivir un filme con un programa de preguntas
y respuestas, con un noticiero, un show musical y gente que busca gente.
Pero en el caso de Internet, a esto se le suma la comunicación
interpersonal, la búsqueda de información personalizada y la
disponibilidad de encuentros “públicos” en el espacio de la red. Dicho en
otras palabras, tanto puedo buscar una palabra en el diccionario, como
chatear con una amiga, como conocer a una pareja.
El aspecto “adictivo” de los medios de comunicación está completamente
ligado a estas características formales e
institucionales. Formales, porque hay algo de la forma técnica y
discursiva de los medios de comunicación que habilita o impide este tipo
de funcionamiento (la televisión no es un medio apropiado para la
comunicación interpersonal, por ejemplo). Pero también institucional,
porque hay algo de la definición del uso de los medios que está ligado al
tipo de institución que lo sostiene (nada hubiera impedido que la radio
fuera un medio de comunicación más interpersonal, de hecho los grupos de
radioaficionados que proliferaron durante décadas dan prueba de esta
posibilidad que, sin embargo, no llegó a ser el uso más extendido de la
radio). Frente a las características formales, sólo resta inventar otra
técnica. Frente a las características institucionales, parece posible
encontrar alternativas de funcionamiento o de uso. Sin embargo, los
problemas de la sociedad, lejos de ser “más fáciles” de solucionar,
resultan harto más difíciles. Cuanto más arbitraria una norma, más difícil
de remover o de cambiar. En otras palabras: ¿los medios de comunicación
son necesariamente como deben ser o podrían ser de otra manera? ¿Existen
sociedades donde los medios sean diferentes? ¿Lo han sido en otros
momentos históricos? ¿Es posible transformarlos? ¿Vale la
pena?
Mirta Varela (FLACSO)
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